Napolitano, la voz serena de Italia - El presidente de la República, de 86 años, ex comunista, aporta moderación y sensatez en un país crispado y en crisis
at La Vanguardia, 04 Novembro, 2011 
A sus 86 años, Giorgio Napolitano las ha pasado, en su vida privada y en política, di tutti i colori. Es lógico, pues, que afronte la actual crisis del euro y las turbulencias internas italianas con una serenidad y una sensatez que contrastan con el caótico griterío fuera del Quirinal. Para la desorientada ciudadanía, la actitud y las palabras del presidente de la República suelen ser un bálsamo. Por eso se le concede un altísimo índice de popularidad.
Durante los últimos días, Napolitano ha mantenido una ronda de contactos con líderes de todos los partidos para evaluar la situación y sondear diversas salidas. Según el artículo 88 de la Constitución italiana, al presidente le corresponde la eventual disolución del Parlamento, pero esta medida exige la consulta previa con los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, así como la firma del primer ministro. Nunca se ha producido un conflicto institucional abierto. Las crisis han sido pactadas.
El cargo de jefe de Estado lo ha ocupado a menudo un líder de edad avanzada. La propia Carta Magna establece que deben haberse cumplido los 50 años para acceder al puesto. En el caso de Napolitano, su veteranía hace de él una memoria viva de diversas fases históricas; encarna una continuidad en el devenir colectivo. El presidente se hizo adulto durante el fascismo, fue un político comunista durante la guerra fría, asistió a la caída del Muro, vio las convulsiones posteriores y ha vivido en la Europa del euro.
Napolitano, elegido en mayo del 2006 para un mandato de siete años, ha demostrado estar a la altura. Por ejemplo, encontró el tono adecuado durante las celebraciones del 150.º aniversario de la unidad de Italia, unos actos vistos con frialdad por el Gobierno y boicoteados por la Liga Norte. En la presente crisis de la eurozona, ha recibido elogios del extranjero y del ahora presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, por animar a tomar medidas concertadas, por el equilibrio de sus posiciones, por resaltar siempre la vocación europeísta italiana y las ventajas de la integración continental.
La mesura, la educación y la elegancia de Napolitano ponen aún más en evidencia la vulgaridad de ciertas conductas de Silvio Berlusconi y los modos groseros de algunos de sus ministros, empezando por Umberto Bossi, líder de la Liga Norte.
Napolitano llegó al palacio del Quirinal con un bagaje rico y complejo. Nacido en Nápoles en 1925, estudiante de Derecho durante la II Guerra Mundial y participante en la resistencia antifascista, el hoy jefe del Estado ingresó en el Partido Comunista Italiano (PCI) en 1945. A partir de entonces, una dilatada carrera lo llevó a ser parlamentario durante cuarenta años, presidente de la Cámara de Diputados, ministro del Interior en un gobierno de Romano Prodi y luego senador vitalicio. Napolitano se convirtió en el primer presidente italiano de origen político comunista.
Ser dirigente del PCI, el partido comunista más poderoso de Occidente, no era tarea nada sencilla ni cómoda en la Italia de la guerra fría, un país clave de la OTAN y cuya capital alberga el Vaticano. Requería ser muy hábil y dúctil para sobrevivir.
Napolitano, que habla fluidamente francés e inglés, se ocupó durante años de la política internacional del PCI. Estaba considerado un hombre del ala derecha del partido. Quizás por eso fue, en 1978, el primer líder comunista italiano que recibió el visado para visitar los Estados Unidos. Allí hizo una gira de actos y conferencias por institutos y universidades. Los estadounidenses comprobaron que los comunistas italianos eran una especie aparte de los soviéticos.
Las capacidades absorbidas durante más de sesenta años ayudan ahora a Napolitano en esta delicada coyuntura. Su papel puede ser decisivo en la hora final del berlusconismo. Pese a todas sus debilidades, Italia, con su propensión a la gerontocracia, tiene la suerte de recurrir a figuras como Napolitano, políticos en edad de jubilación que destilan lo mejor de sí mismos.
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A sus 86 años, Giorgio Napolitano las ha pasado, en su vida privada y en política, di tutti i colori. Es lógico, pues, que afronte la actual crisis del euro y las turbulencias internas italianas con una serenidad y una sensatez que contrastan con el caótico griterío fuera del Quirinal. Para la desorientada ciudadanía, la actitud y las palabras del presidente de la República suelen ser un bálsamo. Por eso se le concede un altísimo índice de popularidad.
Durante los últimos días, Napolitano ha mantenido una ronda de contactos con líderes de todos los partidos para evaluar la situación y sondear diversas salidas. Según el artículo 88 de la Constitución italiana, al presidente le corresponde la eventual disolución del Parlamento, pero esta medida exige la consulta previa con los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, así como la firma del primer ministro. Nunca se ha producido un conflicto institucional abierto. Las crisis han sido pactadas.
El cargo de jefe de Estado lo ha ocupado a menudo un líder de edad avanzada. La propia Carta Magna establece que deben haberse cumplido los 50 años para acceder al puesto. En el caso de Napolitano, su veteranía hace de él una memoria viva de diversas fases históricas; encarna una continuidad en el devenir colectivo. El presidente se hizo adulto durante el fascismo, fue un político comunista durante la guerra fría, asistió a la caída del Muro, vio las convulsiones posteriores y ha vivido en la Europa del euro.
Napolitano, elegido en mayo del 2006 para un mandato de siete años, ha demostrado estar a la altura. Por ejemplo, encontró el tono adecuado durante las celebraciones del 150.º aniversario de la unidad de Italia, unos actos vistos con frialdad por el Gobierno y boicoteados por la Liga Norte. En la presente crisis de la eurozona, ha recibido elogios del extranjero y del ahora presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, por animar a tomar medidas concertadas, por el equilibrio de sus posiciones, por resaltar siempre la vocación europeísta italiana y las ventajas de la integración continental.
La mesura, la educación y la elegancia de Napolitano ponen aún más en evidencia la vulgaridad de ciertas conductas de Silvio Berlusconi y los modos groseros de algunos de sus ministros, empezando por Umberto Bossi, líder de la Liga Norte.
Napolitano llegó al palacio del Quirinal con un bagaje rico y complejo. Nacido en Nápoles en 1925, estudiante de Derecho durante la II Guerra Mundial y participante en la resistencia antifascista, el hoy jefe del Estado ingresó en el Partido Comunista Italiano (PCI) en 1945. A partir de entonces, una dilatada carrera lo llevó a ser parlamentario durante cuarenta años, presidente de la Cámara de Diputados, ministro del Interior en un gobierno de Romano Prodi y luego senador vitalicio. Napolitano se convirtió en el primer presidente italiano de origen político comunista.
Ser dirigente del PCI, el partido comunista más poderoso de Occidente, no era tarea nada sencilla ni cómoda en la Italia de la guerra fría, un país clave de la OTAN y cuya capital alberga el Vaticano. Requería ser muy hábil y dúctil para sobrevivir.
Napolitano, que habla fluidamente francés e inglés, se ocupó durante años de la política internacional del PCI. Estaba considerado un hombre del ala derecha del partido. Quizás por eso fue, en 1978, el primer líder comunista italiano que recibió el visado para visitar los Estados Unidos. Allí hizo una gira de actos y conferencias por institutos y universidades. Los estadounidenses comprobaron que los comunistas italianos eran una especie aparte de los soviéticos.
Las capacidades absorbidas durante más de sesenta años ayudan ahora a Napolitano en esta delicada coyuntura. Su papel puede ser decisivo en la hora final del berlusconismo. Pese a todas sus debilidades, Italia, con su propensión a la gerontocracia, tiene la suerte de recurrir a figuras como Napolitano, políticos en edad de jubilación que destilan lo mejor de sí mismos.
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