terça-feira, 1 de novembro de 2011

We're all spoiled brats!

Não, o próximo artigo NÃO é um artigo de opinião. É 2ª página da Vanguardia do passado domingo, o cabeçalho de Politica Internacional. Pode conter muitas verdades, não discuto esse assunto e tu deves saber mais de tudo isso que eu. Mas a linguagem e as expressões são, no minimo, incendiárias. Saía de banco e este artigo pos-me de olhos arregalados. Ponho em negrita o que mais me chocante pareceu num jornal que devia ser, minimante, imparcial...
Any thoughts??

El niño malcriado de Europa: los británicos quieren todas las ventajas de estar en la UE sin sus inconvenientes
at La Vanguardia, Internacional, 30/10/11

En el fondo la culpa es de Kohl, Chirac y Mitterrand, que malcriaron a Thatcher y Major, los atiborraron de caramelos, y les dijeron que sí a todo, o casi todo. Y el resultado es que el Reino Unido es como el adolescente malcriado de Europa, que sólo va a dormir a casa cuando quiere, lleva la ropa sucia para que se la laven, critica constantemente a los padres e incluso les falta al respeto, pide dinero, y se considera con todos los derechos pero con ninguna responsabilidad.

La actitud británica respecto a Europa –y en especial la del Partido Conservador– está llena de contradicciones, de demagogia y de populismo, y más ahora que la crisis de la eurozona es comparada con una Gran Depresión del siglo XXI, y la mera supervivencia del euro no está garantizada. “Ya lo decíamos nosotros”, proclaman agriamente los mismos euroescépticos que llevan treinta años echando a la UE la culpa de todos los malos de este país, y abogando por la salida del club, o cuando menos la renegociación del contrato de adhesión.
Esencialmente, el Reino Unido lo quiere todo a cambio de muy poco. Heredero de un imperio mercantil pero reducido a potencia de segundo orden, pretende beneficiarse de la pertenencia al mayor mercado del mundo pero sin estar en la moneda única, participar en el proceso de decisiones pero sin asumir la legislación que no le gusta, gozar de influencia política poniendo el veto a todo lo que no le conviene… Sarkozy dio a Cameron un cachete que sus predecesores Thatcher y Major se habían ganado con creces, al mandarlo callar el pasado fin de semana en Bruselas ante todo el mundo: “Has perdido una estupenda oportunidad de cerrar el pico –le dijo en la tensión del momento, cuando ni siquiera un principio de acuerdo para salvar la eurozona parecía claro–; estamos cansados de que nos digas lo que tenemos que hacer”.

Veinticuatro horas después –y el momento elegido para el desafío no es casual–, los euroescépticos tomaron las armas al exigir en la Cámara de los Comunes un referéndum para decidir sobre la relación entre Gran Bretaña y Europa, y plantear incluso la salida de la UE. Aunque la moción fue derrotada con la ayuda de la oposición laborista y liberal demócrata, se trató de la mayor rebelión sufrida por Cameron, y del motín numéricamente más importante en toda la historia del Partido Conservador por la llamada “cuestión europea”, incluso mayor que los provocados por la adhesión a Maastricht, el tratado de Lisboa o el Acta Única. Más de ochenta diputados tories desafiaron la disciplina de partido y la amenaza de que nunca serán promocionados.

Pero el dato más significativo es que, de esas ocho decenas, un total de 49 pertenecen a la nueva hornada salida de las elecciones generales del 2010, con una memoria histórica tan sólo muy remota de los golpes con el bolso que Margaret Thatcher daba en Bruselas defendiendo los intereses británicos, o de las viejas glorias de euroescépticos a los que John Major se refería como “los bastardos”. El euroescepticismo está vivo y coleando en el Reino Unido, y el mensaje de que “Europa es mala” cala en la juventud, y más aún cuando el paro alcanza el nueve por ciento, la economía no repunta, los recortes hacen daño y una recaída en la recesión se vislumbra en el horizonte. Cameron ha dado la impresión de estar desconectado de las bases del partido, algo muy peligroso.

Gran Bretaña no está en Europa en cuerpo y alma. El pronóstico es que a mediados de siglo superará a Alemania como el país más poblado de la UE –si es que la UE existe todavía–, pero se ha autoexcluido de algunas de las decisiones más importantes, como las relativas al euro. Mientras Merkel, Sarkozy, Berlusconi y Zapatero discutían la manera de salvar la economía del continente, Cameron viajaba a Australia para una cumbre de la Commonwealth en Perth. De hecho, su plan original era ni siquiera asistir a la reunión de Bruselas, en cuyo caso se habría ahorrado el mal trago de que el presidente francés lo mandara callar.

“La Unión Europea es como una casa en llamas sin salidas de emergencia”, dijo William Hague cuando fue líder conservador entre 1997 y el 2001, antes de que los tories encontraran en David Cameron a su mesías. Aunque el actual Gobierno trate de aparcar la cuestión europea porque “no toca” en plena crisis, esas palabras del actual secretario del Foreign Office revelan el nivel de euroescepticismo imperante en las más altas esferas, que se extiende al Tesoro y al número 10 de Downing Street.

Como un adolescente caprichoso, a la clase política británica le encanta la idea de poder irse a vivir a España con su pensión en libras, de comprar casas en la Toscana y cruzar a Francia sin apenas controles, de tener un mercado que absorbe más del 50% de sus importaciones y exportaciones, de la mano de obra cualificada y barata que viene de Polonia, de la libertad de movimiento… Pero insiste en conservar su divisa, se niega a la unión fiscal, y pretende recuperar competencias en vez de entregar aquellas sobre las que tiene derecho de veto.
Los tories, representantes políticos del empresario, detestan que Bruselas imponga derechos laborales como compensaciones por despidos, bajas de maternidad, vacaciones, medidas contra la discriminación en el trabajo y un máximo de horas laborables a la semana. Quieren más flexibilidad, que los patronos puedan tratar a los empleados como en los tiempos de la revolución industrial. Y ya puestos, tener sus propias reglas en materia de medio ambiente e inmigración.

La política europea de Londres está llena de mitos alimentados por la clase política, los medios de Rupert Murdoch y el ochenta por ciento de la prensa: que la UE le cuesta al Reino Unido siete mil millones de euros al año (cifra que tiene en cuenta las contribuciones pero no los beneficios), o que el país podría arreglárselas fuera del club como Noruega (sin añadir que es un país mucho más pequeño y riquísimo en petróleo y gas natural).

El populista alcalde conservador de Londres, Boris Johnson, resume a las mil maravillas el euroescepticismo. Europa, dice, es como esas cenas de periodistas en las que unos son responsables y comedidos, pero otros piden langosta, caviar o trufa porque saben que la cuenta se va a dividir a partes iguales.

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