Interminable crisis belga
BÉLGICA tiene un récord poco recomendable: es el país europeo que ha superado todos los plazos para darse un gobierno tras la celebración de las elecciones. Ya lleva más de doscientos días sin que los resultados electorales se hayan traducido en un nuevo gabinete. El último intento de acercar posiciones entre los siete partidos - francófonos y flamencos-que negocian desde hace meses ha fracasado. Y Johan Vande Lanotte, el mediador nombrado por Alberto II para alcanzar un acuerdo, ha dimitido ante la imposibilidad de alcanzar un pacto.
Bélgica se forjó en el siglo XIX como la Unión Europea en el siglo XX: a base de carbón y acero. El Reino Unido inventó Bélgica en 1830 como un Estado tapón entre lo que hoy son Holanda y Francia para que la fachada marítima que se extiende frente a sus costas no fuera un lugar donde preparar una invasión de las islas. Pero lo que fabricó la presunta nacionalidad belga fueron el carbón y el acero, que pusieron en marcha uno de los grandes polos del desarrollo europeo. El catolicismo fue otro factor decisivo en el parto belga. Los Países Bajos del sur, que no se habían rebelado contra España en el siglo XVI, mantuvieron la fe católica en oposición al calvinismo de la Iglesia reformada de Holanda. Y el resultado fue un Estado con una fractura lingüística entre flamencos, cuya lengua es una variante del neerlandés, y valones, que hablan francés.
Hoy, Bélgica es hoy un complejo ordenamiento federal con tres regiones autónomas (Flandes, Valonia y Bruselas) en el que se estudia, se ve televisión y se vota en función de la línea de fractura lingüística. La única excepción es la circunscripción de Bruselas-Halle-Vilvoorde, donde neerlandófonos y francófonos pueden votar a listas en cualquiera de las dos lenguas. Uno de los desencuentros entre las dos comunidades es precisamente la pretensión de los neerlandófonos de dividir esta circunscripción y separar Bruselas del resto de las áreas, que consideran flamencas.
La gran división belga, sin embargo, es también económica. En el siglo XIX, Valonia fue la locomotora que tiró del carro a base de carbón y acero. Pero la sustitución del carbón como combustible modificó la relación de fuerzas en beneficio de un campesinado flamenco que dejó de serlo para apuntarse a la revolución tecnológica. Actualmente, los flamencos (60%) dominan la economía belga gracias a sus puertos, su industria química y sus pequeñas y medianas empresas. Y los flamencos, que piden más descentralización, consideran que el federalismo está agotado y que la solución es un orden confederal.
La querella constitucional belga, por todo esto, no es sólo una cuestión interna. El mosaico belga, con Bruselas como capital estatal y europea, ha sido visto históricamente por los europeístas como un extraordinario experimento posnacionalista. Los euroescépticos, por el contrario, aprovechan la interminable crisis belga para ponerla como ejemplo de las enormes resistencias nacionales a someterse a lo que califican de experimento federalista por parte de la Unión Europea. Por eso, si Bélgica llegara a romperse algún día, también sería un desastre para el proceso de construcción europea. Y si no se rompe, como parece que, a pesar de todo, quiere la mayoría de los neerlandófonos y los francófonos, según dicen los sondeos, Bélgica, con la fe, la lengua y la economía divididas, parece condenada a ser un interminable problema común europeo.
in Editorial de La Vanguardia, 17/01/2011
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